La respuesta inmunitaria permite proteger y defender al cuerpo de la invasión de virus y bacterias que puedan poner en riesgo su integridad. Asimismo, la inmunidad mantiene el equilibrio y favorece un estado favorable de salud en el organismo. ¿Te gustaría ampliar tus conocimientos en este ámbito? En nuestro centro de estudios puedes formarte como el Curso de Inmunología y Genética para desarrollar tu carrera en laboratorios de análisis clínicos.

¿Qué es y qué hace el sistema inmunitario?

El sistema inmunitario es la respuesta defensiva del cuerpo ante la invasión de agentes patógenos que causan enfermedades, como son los virus y las bacterias. Pare ello, lo que hace es responder a los antígenos.

La base de la respuesta defensiva ante los agentes nocivos, o reconocidos como tales, se halla en el reconocimiento de los antígenos. Se trata de componentes, generalmente proteicos, que se hallan principalmente en la parte más superficial de bacterias, hongos y células exógenas (material celular externo infectado como, por ejemplo, la carne de cerdo con tricomonas).

Son también elementos antigénicos las sustancias “no vivas”. Pueden ser partículas extrañas como fragmentos microscópicos de cristal, restos de hierro oxidado, drogas, plásticos degradados o muchas sustancias químicas. En este sentido, el sistema inmunitario se encarga de detectar y destruir las sustancias que contienen dichos antígenos.

¿Y por qué el cuerpo no se “autodestruye” si el sistema inmune reconoce elementos proteicos superficiales de las células como antígenos? Porque tus células presentan en su superficie las proteínas HLA (complejo mayor de histocompatibilidad), que tu organismo reconoce como propias y no reacciona contra ellas.

Tipos de respuesta inmunitaria

Con el fin de combatir las infecciones, la respuesta inmunológica se ocupa de detectar qué agentes patógenos atacan al cuerpo. Cuando esto ocurre, el organismo puede responder de dos formas, mediante la inmunidad innata o la  inmunidad adquirida.

Inmunidad innata

La respuesta inmunitaria innata es la que poseemos desde que nacemos. Viene genéticamente implantada en nuestro cuerpo y nos protege de una manera general e inespecífica contra cualquier antígeno que  entre en contacto con nosotros.

Consta de varias líneas defensivas o barreras. Unas son puramente físicas y otras son de índole química o molecular (humoral). Constituyen diferentes fases de la respuesta inmune.

Algunos ejemplos de la inmunidad innata son:

  • La protagonista principal es la piel. Abarca la totalidad de nuestro cuerpo y nos aísla de los elementos exógenos. Los aceites presentes en ella tienen mucho que ver con su capacidad de rechazo antigénico.
  • Reflejos como la tos.
  • Las enzimas presentes en nuestras lágrimas.
  • Las mucosidades orales e intestinales, que capturan bacterias, así como micropartículas.
  • El ácido gástrico, que destruye de forma implacable todos los elementos que no estén específicamente protegidos ante una concentración de ácido totalmente corrosivo.

Por otro lado, cuando un elemento externo, que pudiera o no ser patógeno, traspasa estas primeras barreras, se activan las siguientes líneas defensivas de la respuesta inmunitaria:

  • El sistema de complemento.
  • Interferón.
  • Interleucina 1. Es responsable de la fiebre, uno de los mecanismos defensivos más habitualmente presentes cuando hay patologías infecciosas.

Inmunidad adquirida

La respuesta inmunitaria adquirida actúa ante las sustancias o componentes producidos específicamente y, en un momento concreto, contra un antígeno nuevo.

Hablamos de sustancias que son creadas a través de una serie de componentes determinados genéticamente. Estos son los linfocitos B, los linfocitos T y los diferentes tipos de macrófagos, que están presentes en diversas partes y órganos de nuestro cuerpo.

Como el número de antígenos con los que puede interactuar la especie humana a lo largo de la historia es virtualmente inacabable, la capacidad de la respuesta inmunitaria es también infinita. Esta es una de las características más importantes de nuestra inmunidad adquirida.

Se distinguen cuatro fases en la inmunidad adquirida: encuentro, activación, ataque y memoria. En esta respuesta, los linfocitos T activados se especializan y proliferan para convertirse en células auxiliares (TH) o citotóxicas (TC).

Anticuerpos e inmunidad pasiva

Unos de los elementos principales que forma nuestra respuesta inmunológica adquirida son los anticuerpos. Estos duran de por vida. Sin embargo, algunas variantes de la inmunidad adquirida producen anticuerpos con un tiempo de vida limitado. Estas variantes son la inmunidad pasiva y los antisueros y antitoxinas.

  • La inmunidad pasiva es una especie de inmunidad prestada. Son los anticuerpos que nos son transferidos desde cuerpos diferentes al nuestro; por ejemplo, a través de la placenta o de la leche materna.
  • Antisueros y antitoxinas. Son, por ejemplo, las inmunoglobulinas que nos inyectan para protegernos si hemos estado expuestos a una fuente de hepatitis; o las antitoxinas administradas ante la posibilidad de padecer el tétanos.

Componentes de la sangre: los linfocitos 

¿Cuáles son las células de la respuesta adquirida? Se trata de aquellas que constituyen el armazón más eficaz y específico de nuestro sistema inmunitario. Son, fundamentalmente, los linfocitos.

Un linfocito es un tipo específico de glóbulo blanco, que, a su vez, se diferencia entre linfocito B y linfocito T. Existe una íntima interacción en el funcionamiento de ambos tipos de células, así como factores que regulan la respuesta inmunitaria. Gracias a la acción recíproca de ambos linfocitos, formamos la memoria inmunitaria a lo largo de nuestra vida. Esta memoria proporciona una respuesta extremadamente rápida y eficaz ante antígenos contra los que nuestro cuerpo ya haya luchado.

  • Linfocitos B: Son los responsables de la producción de anticuerpos. Antes de llevarla a cabo, el linfocito B se transforma en la llamada célula plasmática. Esta produce el anticuerpo específico para un antígeno. El anticuerpo se adhiere al antígeno para facilitar su destrucción. El anticuerpo “presenta” al antígeno ante las células fagocíticas o destructoras.
  • Linfocitos T: Estos atacan a los antígenos sin intermediación, y también mediante la liberación de ciertas sustancias llamadas citoquinas. Tal vez, el factor más importante de esta respuesta inmunitaria es que se establece una memoria cuando un antígeno ha sido neutralizado por primera vez.

Cuando se diferencian los linfocitos B y T para combatir un antígeno específico, algunas de estas células se especializan en el reconocimiento de dicho antígeno. Se transforman en células plasmáticas, que pueden producir muy rápida e intensamente anticuerpos contra el antígeno si este regresa en otra exposición.

Este, por ejemplo, es uno de los fundamentos de las llamadas vacunas y de la inmunidad natural. Cuando te ponemos en contacto con un antígeno y tu cuerpo crea las células plasmáticas, te vuelves inmune a padecer de nuevo la enfermedad que te ha atacado.

Factores que desencadenan la inmunidad

En condiciones de normalidad, sin que exista una alteración del sistema inmunitario, la respuesta de defensa es desencadenada por todos los elementos exógenos cuya bioquímica, genética y funcionamiento sean diferentes a los de nuestro propio cuerpo. Estos son, por orden de frecuencia, las bacterias, los virus, los hongos y, menos frecuentes (pero no menos importantes), los parásitos.